Para cuando el príncipe Miramar hubo atravesado toda la ciudad de Rabr, en occidente poco se sabía de lo que pronto cambiaría la vida de tanta gente. Los largos y estrechos túneles que escondían la ciudad entre las montañas, opondrían tal vez el más grande obstáculo para el cuerpo del príncipe. Esbelto y fornido, Miramar jamás se habría imaginado lo difícil que era salir de la ciudad por lo alto de las montañas.
Tardó más de dos días completos en encontrar por fin las cámaras mortuorias y sus protectores. Ahí, el príncipe Miramar se encontró con Gradún, un miembro de la guardia real que había sido colocado en ese lugar con un solo objetivo; cuidar al príncipe si este deseaba salir por cualquier motivo. Por supuesto Miramar iba decidido, no permitiría que nada ni nadie lo detuviera, fue por eso que cuando Gradún intentó en vano convencerlo de que no abandonara el reino, el príncipe amenazó con hacerlo ejecutar por desobediencia.
Gradún acompañó a Miramar durante su recorrido por las más de 50 grandes cámaras mortuorias hasta que por fin llegaron a las grandes habitaciones de los reyes, en donde los grandes monumentos a los gobernantes de aquel escondido reino, eran erigidos para embellecer un poco las lúgubres cavernas en las que se encontraban. Miramar había estado ahí tan sólo una vez, y de eso hacía ya más de 20 años, cuando era apenas un niño y su padre lo había llevado por fin a conocer el castillo de Laiser. Cuando se hubieron cumplido los 3 días de que el príncipe abandonara la ciudad, este se encontró por fin ante la gran puerta de oro de Marnear; Una gigantesca y hermosa puerta doble de oro puro se alzaba frente a ellos. La luz de las lámparas gigantescas que alumbraban la magníficamente redonda caverna en la que las puertas se levantaban, hacía que el brillante metal amarillo resplandeciera con toda su fuerza, el cuarto era hermoso. La gran puerta, tenía grabada una sola cosa: una gran serpiente con el hocico abierto y la lengua de fuera, los ojos, estaban rellenos con plata, haciendo el aspecto de la gran serpiente aún más imponente.
El príncipe sabía lo que tenía que hacer, y por un momento dudó. Entonces abrió la boca, dejo escapar la lengua bífida y le se dio a si mismo un lenguetazo en la mejilla. En ese momento, una cicatriz apareció en ese mismo lugar, con la perfecta forma de una gran oz. Miramar la toco con la mano derecha y gritó. -Abrid ahora las puertas del reino de Marnear, dejad pues al heredero de la luz mirar el cielo y tocar las nubes. Abrid ahora las puertas del reino de Marnear. -El príncipe enmudeció y cerró los ojos. Sin que el pudiera verlo, sabía que su mejilla resplandecía, y que además lo hacía cada vez con mayor intensidad. Las puertas entonces comenzaron a cambiar. A la gran serpiente le creció de momento una gran capucha sobre la cabeza, era ahora una gran cobra. En la parte más alta de la puerta se grabaron entonces las mismas palabras que el príncipe hubiera pronunciado apenas unos momentos antes. La puerta comenzó a abrirse.
Cuando esta se hubo abierto por completo, el príncipe abandonó por fin el reino de Marnear, para nunca jamás regresar. Tras de él venía Gradún, quien no regresaría a la ciudad de sus padres más que a morir bajo la mano tiránica del rey Uramar. Cuando los dos estuvieron pisando la roca solida de la base de Los 3 Altos, Miramar dio una vez más un lenguetazo a su mejilla y la cicatriz desapareció. Mientras los dos gnomos caminaban a paso acelerado por el sendero, las puertas de Marnear se cerraron tras ellos.
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