Día veintiocho del doceavo mes del calendario de las rocas. Año 3490 d.H.
Esa mañana el príncipe Miramar se despertó con el corazón vibrante. Aún sin saber qué es lo que iba a suceder, se dio un baño en la laguna del palacio y se puso su más reluciente túnica, de color dorado y con diamantes decorando los hombros de la misma. Su padre no se encontraba en la ciudad en esos momentos, él y su hermana habían salido a una ceremonia privada en el castillo de Laiser.
Esa mañana el príncipe Miramar se despertó con el corazón vibrante. Aún sin saber qué es lo que iba a suceder, se dio un baño en la laguna del palacio y se puso su más reluciente túnica, de color dorado y con diamantes decorando los hombros de la misma. Su padre no se encontraba en la ciudad en esos momentos, él y su hermana habían salido a una ceremonia privada en el castillo de Laiser.
El joven príncipe desayunó un exquisito plato de aves al vapor seguido de algunas cabezas de pescado. Después se dispuso a leer hasta que la tarde dictara cuál sería su destino. Él ya lo tenía todo bastante decidido, si las cosas no se ponían de su lado, no dejaría que el dolor o la pena consumieran su ser, no. Él era el heredero al trono más antiguo de todo el mundo, no podía dejar que algo tan sencillo le afectara.
Sentado entre rocas en uno de los salones mejor iluminados del palacio, el príncipe Miramar bebía vino rojo mientras continuaba leyendo. Desde pequeño se le había inculcado el habito de la lectura, conocer al projimo y aprender de la fantasía. Su padre le había enseñado muy cuidadosamente cómo es que en las novelas de ficción, de fantasía, en la épica, en la poesía y en la trajedia; se ocultaban mensajes que podrían haber llevado al hombre a encontrar Marnear desde mucho antes de que se descubriera el lejano imperio del sol. Sin embargo y aún con todo el esfuerzo, el príncipe no había logrado encontrar gran cosa en la lectura durante su vida. Tal vez fue por eso que su padre lo envió a conocer el país de Rubarétrári.
Fue ahí en Rubarétrári que Miramar conoció a Éguna, la hija menor del rey. Aunque los primeros años en los que Miramar se encontró en el palacio, ellos apenas se dieron la mano alguna vez, al final de la estancia del príncipe en el lejano país, los dos comenzaron a llevarse muy bien, al final; Miramar se enamoró profundamente de la futura princesa. Miramar sabía que ella también lo amaba, y mucho, pero él la había dejado lejos y eso podría haberla molestado al punto de olvidar los sentimientos, de olvidar los buenos momentos y sobre todo ese profundo amor. Los más recientes rumores que llegaban a Murlock decían que la ya ahora princesa Éguna estaba comprometida con el mayor general del ejercito del sur.
Eso fue lo que impulsó a Miramar a enviar aquella carta a Rubarétrári, suplicando a la princesa que le diera una nueva oportunidad, que le permitiera dejar de ser su hermano para convertirse en su amante, en su príncipe, juntos ser rey y reina algún día. Mucho había esperado Miramar para recibir la carta que hoy debía estar en camino hacia el trono y que pronto, él tendría en sus manos. Si las cosas salían bien, tan pronto como el rey regresara, Miramar saldría corriendo al sur para encontrarse con su amada.
El día continuó para el pesar del príncipe, sin mucha diferencia a los demás. No hubo noticias de la carta en todo el día. Miramar comenzó a perder la esperanza y pronto comenzó incluso a enojarse. Algo se conocía del príncipe de Marnear y esto es que nunca debías hacerlo enojar. Enloquecido el príncipe subió a sus aposentos y destruyo la cama y las cortinas, maldijo la luz de la tierra desde su ventana y vencido de cansancio por sus destrozos se echó en la roca a llorar. Gimiendo y retorciéndose, el príncipe incluso llegó a cambiar de forma aún para su corta edad. Al final se quedó dormido. En sueños la vio, la abrazó... sujetó su mano. De haber sabido que era la última vez que lo haría, lo habría disfrutado más... tal vez incluso, no debería nunca de haber despertado... nos hubiera salvado a todos.
Al despertar el día siguiente, el príncipe estaba dolorido por la noche sobre la roca deforme. La luz de la tierra asomaba ya por la ventana y al no ver señal alguna de la carta respuesta, el príncipe aprovechó la oportunidad para maldecirla otra vez. Después de pensarlo un momento, nunca lo suficiente, el príncipe hizo una maleta. Apenas provista de lo necesario para pasar algunos días fuera del palacio, ya no decir para salir de la ciudad o de la tierra en la que había crecido. Con el corazón en las manos y con la lengua bífida acompañando sus maldiciones, el príncipe abandonó el palacio. De haber sabido todo el mal que iba a causar, tal vez no lo habría hecho. Eso nadie lo sabe.
Ahí va el príncipe Miramar de Marnear y Rábr. Ahí va buscando el amor, sin saber que sólo encontrara algo peor que la muerte, sin saber que será responsable de tanta pena.
Fue ahí en Rubarétrári que Miramar conoció a Éguna, la hija menor del rey. Aunque los primeros años en los que Miramar se encontró en el palacio, ellos apenas se dieron la mano alguna vez, al final de la estancia del príncipe en el lejano país, los dos comenzaron a llevarse muy bien, al final; Miramar se enamoró profundamente de la futura princesa. Miramar sabía que ella también lo amaba, y mucho, pero él la había dejado lejos y eso podría haberla molestado al punto de olvidar los sentimientos, de olvidar los buenos momentos y sobre todo ese profundo amor. Los más recientes rumores que llegaban a Murlock decían que la ya ahora princesa Éguna estaba comprometida con el mayor general del ejercito del sur.
Eso fue lo que impulsó a Miramar a enviar aquella carta a Rubarétrári, suplicando a la princesa que le diera una nueva oportunidad, que le permitiera dejar de ser su hermano para convertirse en su amante, en su príncipe, juntos ser rey y reina algún día. Mucho había esperado Miramar para recibir la carta que hoy debía estar en camino hacia el trono y que pronto, él tendría en sus manos. Si las cosas salían bien, tan pronto como el rey regresara, Miramar saldría corriendo al sur para encontrarse con su amada.
El día continuó para el pesar del príncipe, sin mucha diferencia a los demás. No hubo noticias de la carta en todo el día. Miramar comenzó a perder la esperanza y pronto comenzó incluso a enojarse. Algo se conocía del príncipe de Marnear y esto es que nunca debías hacerlo enojar. Enloquecido el príncipe subió a sus aposentos y destruyo la cama y las cortinas, maldijo la luz de la tierra desde su ventana y vencido de cansancio por sus destrozos se echó en la roca a llorar. Gimiendo y retorciéndose, el príncipe incluso llegó a cambiar de forma aún para su corta edad. Al final se quedó dormido. En sueños la vio, la abrazó... sujetó su mano. De haber sabido que era la última vez que lo haría, lo habría disfrutado más... tal vez incluso, no debería nunca de haber despertado... nos hubiera salvado a todos.
Al despertar el día siguiente, el príncipe estaba dolorido por la noche sobre la roca deforme. La luz de la tierra asomaba ya por la ventana y al no ver señal alguna de la carta respuesta, el príncipe aprovechó la oportunidad para maldecirla otra vez. Después de pensarlo un momento, nunca lo suficiente, el príncipe hizo una maleta. Apenas provista de lo necesario para pasar algunos días fuera del palacio, ya no decir para salir de la ciudad o de la tierra en la que había crecido. Con el corazón en las manos y con la lengua bífida acompañando sus maldiciones, el príncipe abandonó el palacio. De haber sabido todo el mal que iba a causar, tal vez no lo habría hecho. Eso nadie lo sabe.
Ahí va el príncipe Miramar de Marnear y Rábr. Ahí va buscando el amor, sin saber que sólo encontrara algo peor que la muerte, sin saber que será responsable de tanta pena.
El curso de la historia comenzará a publicarse a partir del 15 de septiembre cada 15 días.
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