13 jul 2010

Max en el fin del Mundo - Capítulo 6


Max en el fin del mundo, es una historia de ficción narrada principalmente en tercera persona, que narra como Max, despertó un día, sin recordar nada a un lado de la carretera. Pronto descubrirá como ya nada es lo mismo y como deberá confiar en personas que jamás ha visto en su vida.


El archivo original en formato de Microsoft Word, puede descargarse desde aquí


-Max en el fin del Mundo-

Capítulo 6: Héroes Asiáticos

“Un día se encontró con el señor de la guerrero
afamado bailarín que no estaba nada feo
no cantaba mal las rancheras y con los puños muy hábil era.

Al ver la conveniencia la Lagunilla
el señorío de la guerrero
y algún otro reino
formaron la triple alianza
que temida fue por toda la raza”

Café Tacvba – El Tlatoani del barrio-


8 de Junio de 2010

En la cima del estadio Max contemplaba la batalla. Los soldado-futbolistas tomaban posiciones y repelían la asquerosa cantidad de Zombis que entraba al Imperio como río de aguas negras desbordado. Para ello usaban sus lanzas de escoba picando la cabeza de cada bicho que pisaba al interior de la Lagunilla. Aproximadamente eran unos cincuenta hombres matando infectados. La muralla que había sido derribada daba a un pasillo largo y delgado que conectaba directamente con el resto de la ciudad Lagunillera. Dicho pasillo por donde marchaban los Zombis estaba perfectamente rodeado por los techos de casas y vecindades a la cercanía.

-¡Maten al Masiosare! –Gritaban los soldados para levantar los ánimos.

-¡Masiosare un extraño enemigooo, profanar con su planta tu sueeeelo!- Cantaban otros soldados a coro, también para motivarse.

Al principio parecía ser una situación controlada. Los soldados picaban cabezas una a una. Sin embargo, Conforme el flujo de Zombis crecía, las murallas cedían terreo permitiendo que la cantidad de monstruos hacia el interior de la ciudad aumentara exponencialmente. Zael estaba desde la azotea de su HOTEL GARAGE, dando instrucciones con gritos de voz viva. Su megáfono no funcionaba.

-¡Hacia atrás!, ¡Échense para atrás!- Algún comandante gritaba desde la parte trasera de las filas.

Los soldados tuvieron que hacerlo, sus picas no eran lo suficientemente rápidas para despachar a los cientos (tal vez miles) de invasores. Los soldados cedieron terreno entonces y caminaron hacia atrás. El pasillo quedó libre para los Zombis.

Pero en los techos de las casas cercanas aparecieron otro tipo de soldados. “Chuteadores”, eran los encargados de patear balones preparados como bombas cóctel molotov. Vestían otro tipo de uniforme, traían ropa y equipo de bombero (esos que apagaban incendios… irónico). Y algún asistente le prendía fuego a los balones y los dejaba en el suelo, listos para que los chuteadores comenzaran su ataque.

Estos soldados comenzaron la descarga continua de balonazos a los Zombis. Las pelotas cubiertos en llamas estallaban en furia ígnea cuando impactaban su objetivo. Los infectados estaban recibiendo descargas continuas de flamas. El fuego era muy efectivo. Con su paso lento y firme, los Zombis son demasiado vulnerables a este elemento, ya que el señor infierno no perdona y quema con velocidad todo lo que cae en sus manos. La marcha de infectados comenzaba a llenarse de chamuscados. Los soldados formaron una barrera con escudos anti-motín (unos que usaba el equipo SWAT para repeler ciudadanos pacíficos) al final del pasillo por si acaso el fuego no alcanzaba a terminar con el desfile.

Afortunadamente no fue necesario usarlos. Las llamas tardaban un poco en hacer efecto, pero después de unos minutos habían terminado el andar de la mayoría de Zombis en el pasillo. Todos creían que bastaría con las acciones de los chuteadores para sobrevivir a la invasión.

Sin embargo, el flujo de monstruos no cesaba. De la fisura en las murallas continuaban emanando bichos y poco tiempo después fue claro que el fuego no bastaba para contenerlos. Los chuteadores comenzarían su segunda descarga sabiendo de ante mano que si no ocurría algún cambio drástico la ciudad sería tomada.

En ese momento el Rey Zael frunció el ceño y dio una nueva orden. Señaló hacia el estadio y asintió con la cabeza. En la cima de la construcción, a unos cuantos pasos de Max se encontraba una antorcha improvisada. Se traba de un gran nido de madera, del tamaño de un vehículo convencional. Ya casi se ocultaba el sol, las llamas serían visibles a la distancia.

Algún asistente le prendió fuego. La antorcha sería visible en los lugares no tan cercanos, dado el tamaño de la flama.

Después, unas casas más lejos del estadio, otra llama se prendió desde el techo de una casa. Mas lejos en la distancia, otra llama nació de otro tejado; era claro que se trataba de un método de comunicación a distancia. Max no podía contener la curiosidad, se acercó al asistente de la antorcha, un hombre viejo.

-…¿Qué sucede?, ¿Para qué son la antorchas?

-¡Eh!, ¿qué no eres tu el prisionero?, ¡Bah! No importa…ahora mismo hay cosas más importantes, sería bueno que bajaras a ayudar, tal vez te perdonen la vida si colaboras…necesitamos toda la ayuda posible… estas señales de fuego son para pedir socorro a nuestros hermanos de los barrios que también han sobrevivido…de hecho, estamos pidiendo ayuda al barrio de Tepito.

No hubo palabra más que decir. Max también creía que ayudar en la invasión le conseguiría el perdón de Zael. Corrió entonces hacía abajo, saltaba los escalones de dos en dos y alzaba los brazos para hacer equilibrio. Una vez de nuevo al nivel del piso, se dirigió hacia las calles que ya estaban abandonadas por la gente común. Ya era de noche, la oscuridad cobijaba al imperio y sin energía eléctrica los soldados usaban antorchas para iluminar su camino. Max podía pasar desapercibido, caminó pegado a las afueras del estadio para no ser visto.

-¡Hey, el prisionero se escapa!- Gritó un soldado que pasaba por ahí, afortunadamente sólo otros tres le hicieron caso, los demás siguieron su paso hacia la fisura en la muralla.

Instintivamente Max huyó. Corrió en dirección opuesta por las paredes exteriores del estadio con los pasos de los soldados a sus espaldas. Escogió cruzar una pequeña calle y saltar sobre unas cajas vacías de fruta. Dentro del estrecho pasillo giró en la primera esquina que encontró y luego se adentró por una antigua vecindad aparentemente abandonada. Los soldados habían dejado de seguirlo en algún momento.

Hubiese sido una noche exquisita. La luna tenía buen tamaño y pese a la misteriosa falla eléctrica que tenía a oscuras la ciudad, había suficiente iluminación. Estaba en la mitad de la plaza principal del conjunto de apartamentos (vecindad). A lo lejos se escuchaba el eco de la batalla, los gritos, las miles de pisadas del ejército Zombi y las flamas devorando todo. Max recordó otra enseñanza de su amigo Alepz: “El fuego limpia, pero no discrimina”. Ello quería decir que el aliado rojo es un arma de doble filo, poco recomendable de hecho. Aún si lograran detener el oleaje de infectados, el fuego se volvería en su contra y probablemente terminara siendo una amenaza más para el propio Imperio.

La huida lo había desorientado. Max no sabía el lugar en que se encontraba, ¿aun estaba dentro de los límites del Imperio o había salido de ellos? Pero su intención noble de ayudar le hizo caminar en dirección de los sonidos de lucha. Salió por una puerta hacia las calles desérticas. Caminó hacia donde escuchaba los ruidos y contempló una enorme muralla de muebles. Ese es un límite del imperio, falta saber de qué lado estaba él.

A juzgar por el abandono de las casas circundantes, estaría fuera del imperio. Pero la poca suciedad de la calle y la falta de Zombis errantes le hizo entender que estaba dentro de los límites, sólo que se encontraba en una parte de la muralla que aun no había sido derribada. Así que dio media vuelta y regresó por donde venía para encontrar un nuevo camino que lo llevase a la batalla.

Pero una explosión cercana lo aturdió. La luz de una bola de fuego cubrió la cercanía. Había ocurrido cerca. Escuchó muchos gritos y ruido de cosas derrumbándose, “el fuego” adivinó Max y no se equivocaba.

De un edificio alto que estaba a unos metros de distancia, por las escaleras de emergencia descubrió con su visión que el Rey Zael bajaba con ansia seguido de uno de sus guardias policías (el más torpe de los dos). Max decidió buscar un lugar hacia donde esconderse, pero otra explosión ocurrió, esta vez lo tiró al suelo. El origen de la explosión fue en la cima del edificio desde el cual escapaba Zael, parecía tratarse de la parte posterior del HOTEL GARAGE

Cuando Max recuperó el sentido y se levantó, vio que las escaleras donde el Rey venía bajando ya no estaban, se habían desprendido del muro y en su lugar, Zael colgaba de un tubo sostenido únicamente por sus manos. En la calle había ladrillos, escombros, tubos retorcidos y basura. Max corrió para ayudar “¡No te sueltes!” gritó con fuerza hacia Zael esperando que sus palabras se volviesen realidad. El rey se aferraba con esmero pero sus manos cedieron y dejaron caer su cuerpo por unos 7 metros de caída libre hacía el suelo desnudo. Max no dudó en auxiliarle.

-…¡Zael! ¡Contéstame!- Nuestro héroe corrió hasta el cuerpo del rey, lo volteó boca arriba y se sentó a su lado -¿¡Que ha ocurrido!?

-…el fuego se volvió incontrolable, y los Zombis no dejan de venir… uno de los balones golpeo el boiler de mi hotel…- Zael había caído sobre su pierna izquierda, no la podía mover y le era imposible ponerse de píe. Su rostro mostraba fatiga y dolor profundo – Max…déjame morir aquí…sin Sandra no tiene sentido salvarme… mi imperio no verá un nuevo día... se acabó…los zombis han entrado, los chuteadores no pudieron contra ellos, mis soldado-futbolistas morirán en garras de la infección…

-…te equivocas Zael, no todo está perdido. Sandra vive, nos separamos, pero estoy seguro que ella puede arreglárselas sola – Max mintió por supuesto, no podía decirle que ella en realidad era prisionera de quien sabe quien en quien sabe donde- No puedes morir, tu pueblo te necesita.

De las calles cercanas comenzaron a salir en huida varios soldados-futbolistas, corrían en desesperación dejando tras de ellos la esperanza de salvar el imperio y montones … montones de infectados. Lo que decía Zael era cierto, el imperio ya estaba siendo invadido. En su lento caminar, los podridos se acercaban amenazadoramente hacía el corazón de la ciudad sin que nadie pudiera detenerles. Este es el poder de una horda, una masa infinita de Zombis.

-Max…deja que me coman. El capitán se hunde con su barco.

-…lo siento Zael, tengo intenciones de que Sandra pueda volver a verte.

Entonces, ahí con el corazón en llamas, Max pasó su brazo izquierdo por debajo de las destrozadas piernas de Zael, y el brazo derecho por la espalda del herido. Con el rey en sus brazos, Max comenzó a andar lo más rápido que pudo. Por supuesto que no podría correr, no era tan fuerte, pero no se permitiría dejar que los Zombis devoraran a su amigo. Los infectados caminaban lento y cerca de ellos.

Max se dirigía hacia una calle elegida aleatoriamente con la esperanza de que no hubiera Zombis en ella. Pero la suerte no les favoreció. De ella surgieron gritos de lamento y de la oscuridad brotaron humanoides con hambre de carne. Max dio la vuelta pero descubrió con angustia que estaba rodeado por Zombis, todo un enjambre de ellos… las palabras de Alepz regresaron a su mente “Si te rodean date por muerto”.

Así que Max dejó a su amigo en el piso y se puso en pose de batalla. Pelearía hasta la muerta contra todos los Zombis que pudiera, daría su vida por defender al Rey.

Zael por supuesto observó todo, su mente no concebía que alguien a quien hace unas horas había intentado matar ahora estuviera ahí defendiéndole con la vida.

Los bichos estaban cada vez más cerca, tan sólo a unos pasos. Max apretó los dientes y los puños, esperando el momento para actuar.

Del aire, sin saber exactamente de donde, un silbido cruzó por encima de su cabeza. Max se distrajo por un momento, levantó la mirada y vio proyectiles que surgían quien sabe de dónde y se incrustaban en el cráneo de un montón de Zombis. No se trataba de balas…en realidad, parecían más bien cuchillos voladores. Pero cuando unos diez zombis cayeron muertos al suelo, Max vio que en realidad, esos proyectiles eran…¿estrellas de metal?

De los tejados circundantes saltaron 4 sombras. Cuatro figuras humanas enfundadas de negro que no serían visibles en la noche de no ser por la exagerada cantidad de movimientos que realizaban mientras caían al suelo. En el aire, estas figuras lanzaron otra ronda de estrellas y lograron terminar la vida de otro puñado de Zombis.

Dos de estas sombras aterrizaron justo al lado de Max, entre Zael y él. Los otros allá, detrás del montón de infectados.

Max los miraba sin saber cómo reaccionar, nada lo había preparado para la visita de lo que instintivamente reconoció como “ayuda”. Las figuras que estaban a su lado hicieron un movimiento de manos y aparecieron de la nada otro puño de estrellas metálicas, realizaron otro movimiento de manos y de algún modo, las estrellas salieron disparadas hacia el cráneo de otros diez Zombis. ¿Cómo lo hacían? Era impresionante, la puntería de estos extraños era envidiable. Repitieron el movimiento un par de veces más, y cuando (aparentemente) se agotaron las estrellas, cada uno de ellos apareció un arma de sus manos.

El sujeto a la derecha de Max tenía los píes vendados, pantalón ajustado en los talones pero estrecho en las piernas y una camisa de tela gruesa y mangas largas, amarrada en forma diagonal y ajustada al tronco. Ambas prendas de color negro. Sobre la cara una máscara de tela que cubría todo excepto los ojos. Su arma fue un par de chacos, uno para cada mano. Este sujeto comenzó una serie de movimientos alucinantes con ellos, los giraba y al mismo tiempo los movía de arriba abajo, usándolos con total maestría.

El que estaba a la izquierda de Max tenía la misma complexión que el otro sujeto (no eran muy altos en realidad, de hecho un poco panzoncitos). Éste tenía la misma vestimenta en los pies, pero su camisa carecía de mangas. En los brazos un montón de tatuajes. Y en el rostro no portaba una máscara, sólo un paliacate que le cubría de la nariz para abajo y de su cabello surgía una poderosa melena de dreads (o rastas como le decían algunos). El arma que apareció fue un palo de bamboo cubierto con vendas y algún otro adorno colgante a lo largo del palo.

Cuando tuvieron las armas firmes sobre sus manos, se lanzaron al ataque. Fue bestial, anormal e inhumano. El hombre de los chacos destajaba cráneos, fracturaba huesos, rompía mandíbulas y tronaba rodillas en segundos, giraba sobre sí mismo y sus manos daban giros independientes, los chacos danzaban en armonía asesina en un torbellino rompedor. El otro sujeto realizaba saltos extraños en los que su tronco se inclinaba, golpeando a los Zombis con los talones, en patadas de revés y golpes de codos. De pronto empezó a usar su bamboo y lo giraba como si se tratase de algo fácil de realizar, giraba el palo con una sola mano haciéndolo parecer un ventilador, golpeando más y más infectados que poco (más bien nada) podían hacer por defenderse.

Lo maravilloso de estos sujetos es que ellos solos habían logrado lo que un ejercito de soldados-futbolistas no habían podido. Al cabo de unos segundos de acción extrema, el grupo de bichos que había rodeado a Max y Zael se hallaba licuado sobre el piso. Fue el momento para un respiro. Los sujetos guardaron sus armas tras su espalda y caminaron lentamente hacia Max y Zael.

-Que onda carnal, we ps nosotros nos llevamos al cuate ese- Dijo el hombre que traía rastas sobre la cabeza y señaló con las manos a Zael.

-…¿Quiénes son ustedes?- Dijo Max entre el miedo y la impresión.

-Ah ps somos los n…-

El hombre del cabello exótico no pudo terminar, otro monton de Zombis salieron de los pasillos pero esta vez traían a un invitado especial.

Como si se tratasen de hojas secas, una criatura enorme se abría paso entre la nueva oleada de infectados. Un Zombi más grande de lo habitual, anormalmente robusto y musculoso salía del mar podrido. Media unos 2.10 metros de altura, su espalda era del tamaño de dos espaldas de hombre común unidas, sus brazos eran más grandes que la cabeza de Max y sus piernas del grosor de un tronco de árbol. Y su cara, fea…como niño mutante.

Los hombres de negro corrieron hacia él. El primero lo golpeó con sus chacos en la cara y en las piernas, pero el mega-zombi no sintió ni se rompió nada, demasiada carne le protegía. Alzó su enorme brazo y lo dejo caer sobre el hombre de los chacos, quien afortunadamente giró para escapar del impacto. El otro héroe oscuro aprovechó la distracción para golpear 3 veces al monstruo con su palo-bamboo, pero sucedió lo mismo que con los chacos, la carne del hombresote era demasiado espesa y aun estaba unida. Los hombres de negro continuaban golpeándole, pero el bichote ese sólo respondía con los golpes y la batalla no llegaba a ningún punto.

-…¡Es un Zombi fresco!, ¡A golpes no lo podrán derrotar!- Gritó Max esperanzo ayudar a sus nuevos amiguitos.

El hombre de las rastas miró a Max y levantó una ceja, probablemente queriendo decir “¿a quién intentas darle una lección chico?”. Pero una voz se levantó desde lo alto de un tejado.

-¡Washoku!, ¡El moco tiene razón, necesitan otra cosa para vencerlo!

Max alzó su vista. En la esquina del HOTEL GARAGE, una figura había estado observando, casi evaluando la evolución de la batalla. Era un hombre alto, con proporción simétrica entre hombros, tronco y musculatura. Tenía los brazos cruzados, igual vestía por completo de negro, pero las mangas largas de su camisa estaban recogidas hasta la altura del codo. Su cabeza se cubría también por completo, pero en la frente tenía amarrado un largo listón negro que ondulaba con el viento. A su espalda, las llamas del HOTEL GARAGE le iluminaban de manera épica. Y más a lo alto, la luna llena le hacía parecer inmortal.

-¿¡We ps que hacemos!?- Gritó el hombre de las rastas

-¡ Chirashizushi!, ¡Déjenmelo a mí!- Contestó el hombre épico.

Los hombres de abajo se apartaron del bichote. Guardaron sus armas y dieron unos pasos para atrás. El hombre en el techo del HOTEL GARAGE levanto lentamente sus brazos y dejó ver sus armas: un par de machetes. Luego, con los brazos bien en alto, se dejó caer como clavadista de Acapulco. Pero aterrizó en el suelo con total elegancia, con una rodilla tocando el suelo y sin haberse lastimado ni roto nada (cayó cerca de 15 metros). Después, se puso de píe, la cinta de su cabeza aun ondeaba. Colocó unos audífonos en sus oídos y corrió hacia el Zombi enorme.

El monstruo recogió su brazo derecho, preparándose para dar un golpe. El hombre de la banda saltó con un brazo hacía el frente y el otro recogido por detrás de la cabeza. Cuando cruzaron sus caminos, el hombre de negro hizo un movimiento con sus manos, cortó primero con el machete izquierdo, después remató con el derecho. El brazo del mega zombi cayó inmóvil al asfalto.

Por supuesto, el gran bichote no se detendría por algo así, por lo que balanceó su enorme cuerpo contra el atractivo hombre de la banda, pero todos sus golpes fueron esquivados con un montón de giros extraños.

Max miraba extrañado, si bien el talento natural del hombre sexy era envidiable, su forma de mover los pies, la cadera y de girar el cuerpo con perfecta simetría era…extraño (por no decir perturbador). Simplemente, parecía que el hombre de los machetes bailaba alrededor del enorme monstruo.

Y mientras bailaba dando giros y pasos de revés, quiebres laterales, pasos abiertos y un Passe d’auriol, acertaba cortes de machete a lo largo del cuerpo del Zombi. Al cabo de unos cuantos pasos, el monstruo estaba demasiado cortado, heridas demasiado profundas que cortaban los musculos y otros órganos, imposibilitando por completo el movimiento del Zombi que ahora se encontraba arrodillado y tratando de moverse para golpear algo.

El héroe de la banda dejó de bailar. Se acercó al enorme monstruo y le corto la cabeza con extrema facilidad. Esos machetes estaban muy afilados.

Pero haber terminado por fin con el enorme no aseguraba la victoria. Ahora venia la nueva oleada de Zombis. Pero el de los pasos maestros no se intimidó ni cedió lugar. Se dejó absorber por la oleada y comenzó a cortar sin discriminación a todo bicho que se acercaba.

Movimientos de talón y punta se convertían en cortes de cabeza asegurados. Vueltas sobre el propio eje cortaban cabezas con suavidad. Y después de unos segundos… la invasión había sido detenida.

Cuando el hombre de la banda se detuvo. Cuando no hubo más Zombis a la vista. El hombre de las rastas preguntó: “¿Dónde están las demás?” Y el hombre de los machetes respondió “Terminando con las otras oleadas.”

Max estaba aturdido por todo lo sucedido. Ni Alepz había terminado con la vida de tantos Zombis al mismo tiempo.

El hombre de la banda se acerco a Zael y Max. Puso poca antención en Zael en realidad. Su vista se enfocaba en Max, a quien repasó con la mirada de arriba abajo.

-¿Cuál es tu nombre?- Preguntó

-…soy Max…

-Lo que dijiste sobre carne fresca, ¿dónde lo aprendiste?

-…me lo dijo un amigo…alguien a quien le dicen el viajero…

Los hombres de traje oscuro hicieron una exclamación de sorpresa. El hombre de las rastas, que estaba levantando a Zael del suelo, dijo “¿ES… él?”. El rey por su parte comenzaba a perder el conocimiento, sus ojos miraban sin poder enfocar y sólo dijo “son…héroes…héroes asiáticos”.

-Max...- Dijo con calma el hombre de la banda- permíteme presentarme. Mi nombre es Many, soy el líder del Clan de los Ninjas Tepiteños. Ellos son Ramón (hombre de las rastas) y el es Gabs (hombre de los chacos). Y creo que tenemos mucho que hablar.

-…¿de qué tenemos que hablar?...-

-Tenemos que hacer una prueba- Dijo Many, y cuando terminó de hablar, Gabs tomó a Max con fuerza impidiéndole moverse. Ramón trajo el brazo de un Zombi recién cortado.

-…¿¡Qué hacen!?- Gritó Max con profunda confusión.

Many se acercó a Max, y con un pequeño cuchillo aparecido mágicamente, le cortó el antebrazo izquierdo. Luego, tomó el brazo infectado Zombi y lo exprimió por la parte arrancada, dejando salir un poco de la conocida sangre negra.

-…¡NO, NO, ESPEREN!- Max se agitaba con fuerza temiendo por su vida.

Pero sin importar los brucos movimientos de Max, su fuerza no bastaba para safarse de los brazos de Gabs… y la sangre infectada ( y el virus) entraron en la pequeña herida de nuestro héroe. Cuando eso pasó, lo soltaron.

-Denle un poco de tiempo- Dijo Many. Y Gabs dio unos pasos para atrás. Ramón aun tenía a Zael en brazos, quien en algún momento había perdido el conocimiento.

Max estaba de pie. No sabía qué hacer. No sabía si correr o atacar a los ninjas tepiteños. Deseaba con todas sus fuerzas que el virus se transmitiera sólo por saliva y no por sangre…aunque eso fuera completamente ilógico.

-¡MIREN!- Gritó Ramón.

Max miró su herida. Lentamente comenzaba a cerrarse y la sangre negra que había entrado en contacto con la de Max comenzaba a volverse roja también. Cuando la herida había cerrado por completo, a una velocidad completamente anormal. Many habló:

-Verás Max, somos hombres de mucha fe, somos budistas ortodoxos de la santísima muerte, y…de acuerdo a una vieja profecía, tú…eres…el elegido. Serás quien traiga paz de nuevo al mundo. Lo que acabamos de presenciar no fue un milagro, fue la voluntad de nuestra señora y ahora hemos de hacer caso a su enmienda.

-…¿qué me van a hacer?...

-Voy a entrenarte, a darte todo mi conocimiento y dejarte listo para que partas en tu viaje. Eres inmune al virus, eres el único que puede sobrevivir allá afuera, pero necesitas habilidades para que no te despellejen vivo. Vendrás con nosotros, te unirás a nuestro clan y salvaras al mundo. Para ello, deberás aprender la última técnica de batalla…

-…¿de qué hablas?...-

-Hablo del poder del baile. Hablo del poder de la guaracha.



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