Cuando sonó mi teléfono, y vi la clave del que llamaba, inmediatamente me vino tu rostro a la mente. Después de todo, ¿quién más me llamaría desde mi casa? Contesté y cuando escuche tu voz, lo supe, era esa misma voz que me había cautivado casi un año antes. Fingí molestia entre mis amigos, ellos no debían saber que las cosas seguían igual que siempre. Caminé un poco lejos para poder sonreír de alegría mientras me imaginaba tus ojos, esos ojos. Me dijiste que querías verme, tus ojos se cerraban en mi mente, tus ojos me llamaban a lo lejos, y yo sin poder resistirme; les hice caso. Malditos ojos.
Para cuando regresé a mi casa y quede contigo para vernos, mi mente me decía poco. Por primera vez en mucho tiempo, estaba callada, eso me asustaba. ¿Qué es lo querrías? Una parte de mí decía: Pedirte ayuda seguramente. Otra mas callada pero de igual fuerza me decía: Pedirte perdón, quiere estar contigo. Y la mas callada y con menos fuerza me decía: Solo quiere verte, eres su amigo. Mala suerte que esa fue la que tuvo la razón. Debo admitir que me dolió, después de todo lo que me dijiste y me hiciste esperar. Pero al final admití mi culpa. Si no me buscabas para estar conmigo, era mi culpa, el que te dejó, fui yo, el que perdió la paciencia al final, fui yo, el que se quedo sin fuerzas… si, fui yo. Malditas fuerzas.
Al final, nos despedimos como siempre, como amigos y nada más. Malditos amigos. No se que ganaste con esos pocos meses de amistad, pero yo sí, y la primera voz también. En fin. Lo que cuenta es que yo te tuve como amiga también, y al menos así te tenía cerca. Al menos así pude ver de cerca esos ojos muchas veces mas. Un buen amigo que te conoció me dijo lo mismo: Que bonitos ojos tiene. Bonitos es poco, son hermosos. Malditos ojos.
Y pasa el tiempo y seguimos en las mismas, solamente me buscas para pedir ayuda, pinche ayuda. Y mas pinche yo por darla. Tampoco tiene mucho que debí haber aprendido que cuando ayudas al que no se lo merece te toca chinga. Y vaya chinga. Contigo no hubo de otra ¿que le gané? Unos pinches chocolates y una tarjeta culera. Maldita tarjeta, malditos chocolates. Y hoy no va a ser la excepción, me llamaste para pedir ayuda. ¿Por que no aprendes de una buena vez?
Ya voy en camino, pronto te veré, esos pinches ojos que son lo único que queda. Debo aprovecharlos porque, uno nunca sabe cuando será la ultima vez. Yo no se cuando será la última vez que los vaya a ver… Maldito destino.
Continua en Ficción I – El que escucha.
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