Estabas ahí, parada muy mona como siempre; esperándome haciéndote la importante. En el fondo bien sabías que el importante siempre fui yo y que tú me necesitaste mucho mas de lo que yo a ti; incluso se que hoy sigue siendo así. Pero eso no importa, igual siempre me trajiste de tu idiota, siguiéndote, buscándote, llamándote y procurándote. Masoquista tenías que ser, seguramente por eso me gustabas. Ya llegue con esta vieja –me dije- a ver ahora que se trae. Lo de siempre contigo, que si aquel te hizo, que si eres pendeja, que si debiste cortarlo, que si debiste gritarle. Tienes razón en todo, y sobre todo en una de todas esas conjeturas. ¿Que ganaba con oírte? Ni madre. Así es, no ganaba nada. Los amigos están para escucharse y apoyarse, para poner el hombro al otro, y que pueda llorar, pero tú… Contigo no hay fin en tus llantos y quejidos por que no aprendes ni un carajo de tus errores. ¿Cuanto tiene que dejaste al otro? ¿Cuanto tiene que te traía como su perrito mandándole mensajes todo el día? Seguramente no mucho, o no lo suficiente porque ya vas otra vez a las mismas.
Ahí voy atrás de ti pensando que decirte para que te calles de una buena vez, para que cierres el hocico y te pongas a escuchar. ¡Escúchate! ¡Quiérete! Ya estas grandecita para andar con estas jaladas. Pero ahí estoy yo de idiota. Ya cálmate –te decía- ya pasara. Que chingados va a pasar, si cuando dejes al perro que traes por novio, vas a ir a buscar al que sigue. Seguramente lo que yo tenia era curiosidad de ver que mas bajo podías caer. Y a ratos todavía tenias los huevos –o los ovarios- de decirme que tu llevabas el control en la relación, que él solo se lo anda imaginando. Que chingona me saliste. Aparte de bruta, soberbia. El único control que tuviste, tienes y tendrás es el de tu televisión. Ah, pero eso si, yo como todo buen idiota que fui, me costaba trabajo decirte las cosas como son, siempre por miedo a perderte; si ni tenía nada yo no se que chingados me daba miedo. Y ahí vienes medio llorando cuando caminas porque sientes que ya te bajo toda la regla de jalón ¿Para qué carajos sales de tu casa si vas a andar caminando así? Y todavía me preguntas si la que la regaste fuiste tú. Pues a huevo. Si, ya se que ese güey también es un imbécil pero la que anda tras el eres tú.
¿Quién se iba a imaginar que esa iba a ser la última vez que te iba a ver? Pues es que ya no pude aguantar. Porque si, o sea, me traías de tu idiota pero tampoco soy tanto, además no le hago al masoquismo; en algún momento te tenía que dejar. Cómprame eso – me decías- ¿si? Obvio no, las pocas cosas que te compre ni las apreciaste ¿Te acuerdas de la playera que te compre? Ah pues esa nada mas te la ponías cuando no ibas a ver al primer estúpido que te conocí. Y luego la crucecita roja que le tuve que comprar a mi hermano vendiéndole mi alma, esa te la vi nada mas una vez, y para colmo… esa vez te vi para consolarte porque el estúpido ya te la había hecho otra vez. ¿Donde la dejaste? Me vale madre ¿Te gusto en verdad? Me vale madre también. De todos modos ya paso. Hace rato todavía me preguntaba si estarías bien, que si habría yo actuado bien despidiéndome de ti. A huevo que hice bien, hoy no me queda duda alguna, al menos no te dije todas estas cosas en la cara, así, me recordaras siempre como miel sobre hojuelas, y cuando todo te salga mal, pensaras en mi y en lo que te perdiste, por pendeja, por masoquista. Perra.
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